lunes, 2 de marzo de 2020

CARTA DEL RVDO. PADRE DON FERNANDO ARJONA CABRERA SJ, PREDICADOR DE LOS CULTOS EN HONOR A JESÚS DE LOS AFLIGIDOS EN ESTA CUARESMA DE 2020

¿Y SI CONTEMPLAMOS LA PASIÓN CON OTROS OJOS?
Fernando Arjona, SJ

Resulta muy difícil contemplar la Pasión de Cristo desde una sola perspectiva. En Andalucía se ha convertido en un fenómeno sociocultural que hace tiempo trascendió los límites de la Iglesia y de las iglesias. Ciertamente la mirada religiosa no está presente en todos aquellos que se acercan a la Semana Santa, pero los creyentes, y especialmente los cofrades, no podemos caer en la trampa de nuestra sociedad contemporánea, secularizada y cada vez más alejada de Dios, que hace de lo religioso un espectáculo pero exige silencio respecto a nuestra experiencia de fe y pretende recluirla en los templos o sacristías. En las noches de Semana Santa, ese silencio se torna en un potente grito que alcance a todo El Puerto. 

Dice el refrán que “de lo que abunda el corazón habla la boca” y, si verdaderamente en las imágenes que procesionamos descubrimos la cercanía del Señor, no podemos vivir el Triduo Sacro interiormente y renunciar a que nuestra vida sea un anuncio valiente de Aquel Hombre de Nazaret que cargó y sigue cargando con nuestras miserias. Y con las de cada ser humano, cada afligido, con sus penas, miedos, dolores y fracasos, sean o no cristianos. Su radical testimonio de entrega sigue interpelándonos y nos urge a recuperar el sentido catequético de la Semana Santa, donde cada creyente –tú que lees estas líneas- asuma la tarea misionera de facilitar el encuentro de nuestros familiares, amigos y vecinos con el Señor. En vuestro caso, procesionar a Jesús de los Afligidos ha de ser una palabra que nada pueda callar, que proclame hasta dónde llega la fidelidad de Dios con nosotros: hasta el extremo. Ése es el verdadero sentido de la Semana Santa, la Pasión es la mejor de las catequesis posibles para que las gentes de nuestra ciudad alcancen a comprender el Amor de Dios. Pero para ello hemos de detenernos, mirando de nuevo lo que año tras año recordamos quizá desde la rutina o la superficialidad, y preguntarnos qué aporta a nuestra vida. ¿Y si contemplamos la Pasión con otros ojos? 

Es necesario dejar que el ser de Dios que revela la Pasión de Jesucristo vuelva a tocarnos el corazón. Os propongo que esta Cuaresma, y durante la Semana Santa, contemplemos la Pasión desde la propia vida, implicándonos en ella con lo que cada uno de nosotros está viviendo en el momento presente. Se trata de preguntarnos vitalmente por lo que representan las sagradas imágenes, por si aportara algo de luz a nuestro día a día, donde posiblemente muchos vivamos nuestra propia calle de la amargura cargando cruces que, en ocasiones, nos parecen tan pesadas y asfixiantes como la que porta vuestro Titular: ¿Es posible sacar alguna lección de lo que vemos en los altares de culto o en las andas para nuestro momento presente? ¿En qué se diferencia que seamos cristianos o no a la hora de vivir nuestra propia “pasión”? ¿Qué pasa con los “viernes santos” –lunes, para los cofrades de San Juan de Dios- de cada persona afligida cuando todo se oscurece y nada tiene sentido, cuando pareciera que Dios nos hubiera abandonado, considerando –como dice San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales [196]- que “la divinidad se esconde”? Frente a miradas penitentes que tras unas horas siguen dejándonos en nuestras angustias y vacío, es posible aprender de la Pasión de Cristo a portar las propias cruces, y descubrirnos acompañados por Quien sostuvo al Señor en Gestsemaní y en el Calvario.

 “Contemplar” en la espiritualidad ignaciana significa meterse en la escena, implicarse afectivamente en el relato evangélico, “mirar las personas, ver lo que hacen, oír lo que hablan… como si yo presente me hallase” [EE.114]. Y desde ahí, descubrir el actuar de Dios, aprender de Jesús, y reflexionar sobre nuestras propias experiencias de “pasión” desde la fe en la Resurrección. La Semana Santa no puede ser el recuerdo fúnebre y trágico de un acontecimiento que acabó mal, sino la mirada de fe de quienes contemplamos lo acontecido desde la perspectiva creyente: celebramos la Semana Mayor porque estamos convencidos de que no hay Cruz sin Gloria, Dolor sin Amor extremo, Viernes Santo sin Domingo de Pascua, Sepulcro... sin Vida Resucitada. Cada una de estas realidades es sólo un lado de la misma moneda: la del amor incondicional del Padre Dios a toda la humanidad -y a cada uno de nosotros en particular- por medio de Jesucristo, el Señor, que está vivo, Resucitado, y sostiene nuestro día a día desde la fuerza de su Espíritu. Es Él quien nos envía a anunciar el Evangelio y promete estar con nosotros hasta el fin de los tiempos; Él quien nos deja su Espíritu como guía- para hacer vida cotidiana su Buena Noticia. Es en esta certeza, Resucitada, donde apoyamos nuestra fe… para mirar la Pasión y la Muerte de Jesús como inspiradora para ser capaces de asumir los “viernes-lunes santos” con que cada cual irá haciendo la propia vida llevando al hombro diversas cruces. 

Contemplemos en Semana Santa dejándonos tocar interiormente por la actitud del Crucificado, fiel en medio de sus sufrimientos, confiado en el Padre, sin tirar la toalla. La Pasión nos demuestra que podemos encontrar el amor del Padre en todas las situaciones de la vida, incluso en las más dolorosas, aunque parezca escondido u olvidado. Su presencia misteriosa, que sostiene, acompaña y genera Vida hasta de la mayor de las injusticias, nos enseña a vivir nuestra propia pasión sin desesperar porque no solucione las cosas como quisiéramos. Contemplada así la Pasión, nuestras cruces se ven de otra manera y el seguimiento de Jesús cobra un sentido diferente de quienes soportan sus tormentos desde el “Dios me lo ha mandado”, “qué habré hecho para”, o “con esto me estoy ganando el cielo”. Acompañar a Jesús de los Afligidos el Lunes Santo nos compromete tanto como compartir su Mesa, porque acompañarle cual Cirineos es proclamar que creemos que este Dios que ama hasta derramar la última gota de su sangre no es un fracasado. Porque lo sabemos Vivo deseamos seguirle cargando nuestras cruces en su donación hasta el extremo. Contemplada así la Pasión, es la manifestación del lado de quien se pone Dios en la historia del ser humano: con las víctimas, con quien no cuenta… con esos últimos a los que Jesús anunció la misericordia del Padre por los caminos, los márgenes y las afueras del Templo. Muestra la cercanía de Dios con quien sufre en diversas circunstancias -enfermedad, rechazo, opresión, pobreza, muerte-, y nos llena de esperanza en las angustias de hoy. Contemplando así la Pasión, sabremos confiar en medio de la noche oscura, en nuestros caminos personales hasta el Calvario.

¿Y si contemplamos la Pasión con otros ojos? Es necesaria una actitud contemplativa que rompa con la rutina de tantos años asomándonos a los mismos Misterios sin que lleguen a tocarnos radicalmente por dentro. En lugar de mirar otra vez en el Señor que carga con la Cruz el dolor, la sangre y la injusticia cometida, detengámonos esta Semana en el amor incondicional con que Jesucristo actúa, hasta el final, y descubramos junto a Él, entre los gritos de la Vía Crucis y en el silencio del Gólgota, al Padre. Sólo así ofreceremos al Puerto una Buena Noticia: no la muerte, sino la Vida; no una condena, sino una Bienaventuranza; no el recuerdo de algo pasado, sino una realidad esperanzada que puede transformar la vida de quienes se acerquen a ver las imágenes desde otra óptica. Sólo contemplando previamente la Pasión con otros ojos y habiendo descubierto a Dios silente en el escándalo de Cristo cargando con la Cruz, muerto y entregado, podremos ser anuncio de Vida Plena para quienes andan cansados y agobiados bajo el peso de sus cruces de cada día, ante tantos como desesperan por nuestras calles y plazas, en nuestra propia historia.